La puja de chinos y pakistaníes dispara los alquileres de los buenos locales de BCN

La pugna entre paisanos termina inflando los precios hasta el 50% en los locales mejor ubicados de la ciudad

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Hace cuatro meses, una inmobiliaria colgó el cartel de «se alquila» en un local de 200 metros cuadrados entre Plaza de Catalunya y plaza Universitat en pleno centro de Barcelona. El propietario pedía 7.000 euros mensuales de alquiler y de inmediato tuvo tres interesados solventes: los tres pakistaníes.

Todos, al enterarse de que tenían paisanos pujando por el local, terminaron por hacer una subasta al alza. Los tres emprendedores perseguían el establecimiento para el mismo fin: un supermercado de proximidad. Se lo llevó el que ofreció 11.000 euros mensuales, in incremento de más del 50%. 

Hasta hace muy poco, en plena crisis, era relativamente sencillo encontrar locales en excelentes ubicaciones, con gran afluencia de consumidores. Hoy, la tarea es casi imposible. Y los responsables, en buena medida, son los chinos y los paquistaníes, que terminan inflando los precios.

Comunidad china

Gerard Marcet, que trabajó como abogado en Cuatrecasas, montó su inmobiliaria en plena crisis: en 2009. Pese a los malos augurios, su firma Laborde Marcet no ha dejado de crecer. Hoy tiene 13 trabajadores en Barcelona y está contratando a otros seis para la oficina de Madrid. Están en expansión y parte del éxito se lo deben a la comunidad china, que representa el 20% de las operaciones que cierran.

Marcet, que alquiló el local de Barcelona a los pakistaníes, trabajó en el ministerio de Economía en Singapur como asesor de pequeñas empresas españolas que se instalaban en China. Debido a su buen manejo con el mandarín, buena parte de los comerciantes chinos de Barcelona lo buscan. Y siempre quieren los mejores locales.

«Es sorprendente la rapidez con la que trabajan. Un empresario español siempre tiene que consultar la decisión con varios directivos, por muy bueno que sea el local. En cambio, si a un chino le gusta, en menos de dos horas cierra la operación y llega de inmediato con el dinero», explica Marcet.

Las nuevas modas

Los chinos siguen siendo uno de los principales motores económicos del comercio de Barcelona. Y, para mantenerse al frente de la inversión, continúan innovando y reinventándose aunque siempre por oleadas. Primero fueron la de los restaurantes chinos, luego la de los bazares y finalmente la de los woks, una tendencia comercial que también ha entrado en decadencia.

Ahora hay un interés general por las panaderías de franquicia como Granier y 365 y a la de ropa china pero que quiere posicionarse en un target mucho más elevado como Mulaya, una tienda que persigue en estilo de Zara.

El emprendedor chino suele tener un espíritu mucho más arriesgado que el resto, explica Marcet. Y lo puede invertir todo, pese al alto riesgo de una nueva actividad.

«No queremos trabajar para otros. Queremos ser siempre dueños de nuestros propios negocios y empresas. Aunque no tengamos el dinero reunido, pedimos prestado a familiares y amigos. Podemos pedir a 5, 10 o hasta a 20 y más si las cantidades que da cada uno son pequeñas. No hay papeles ni contratos porque creemos en la palabra del otro», explica Huadong Dai, empresario con 28 años en España, dueño de restaurante, de un diario chino y presidente de la asociación de Chinos de Cataluña.

El ‘paki’ de siempre

A diferencia de los chinos, los pakistaníes siguen concentrados en su tradicional negocio: colmados y supermercados. El auge del supermercados de cercanía, abiertos siempre, domingos, festivos, fines de semana, no parece decaer. En los inicios, el éxito de este tipo de establecimientos no sólo tenía que ver con el modelo comercial. En algunos casos, las prosperidad llegó con prácticas al margen de la legalidad.  

«Muchos paquistaníes del barrio cobraban 6.000 euros a sus paisanos por venir y darles un puesto de trabajo con el que podían regularizarse en España. Luego le pagaban un sueldo muy bajo y además tenían que dormir en sus habitaciones.

Pujar por grandes locales

Era un negocio redondo para el empresario y una especie de esclavitud para los trabajadores que se sentían ahogados y lo pasaban muy mal», explica Ángel Vendrell, expresidente de la asociación de Vecinos de Artigues (Sant Adrià), en las afueras de Barcelona.

Pero hoy la comunidad parece haber prosperado y ya no sólo se ubica en barrios periféricos y abre pequeños negocios sino que también puja por grandes locales, bien ubicados en la Rambla, en Plaza de Cataluña, en la Barceloneta. El dinero no es lo que más le preocupa.

Pueden pagar 100.000 o 200.000 euros por un traspaso en las mejores zonas de la ciudad, según explica el propietario de la inmobiliaria Laborde Marcet. Sólo piden una cosa: afluencia de gente, día, noche y fines de semana. 

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