Fira de Barcelona quiere ‘pasar’ de la parálisis de las administraciones catalanas
La gestión autónoma, como una empresa privada, garantiza el futuro para el sustituto de Agustín Cordón, después del éxito de los últimos diez años
Las instituciones están detrás. Las administraciones públicas son determinantes, pero la actual parálisis que vive la política catalana no debería condicionar el futuro de Fira de Barcelona. El Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y la Cambra de Comerç son las tres patas de Fira de Barcelona, que, sin embargo, se dotó, con los estatutos de 2000 –una auténtica refundación que supuso la entrada de la Generalitat—de una organización autónoma frente al poder público.
Fira de Barcelona debe afrontar en las próximas semanas, –se desea que la solución llegue antes del pleno del consejo general de diciembre—la sustitución del director general del comité ejecutivo, Agustín Cordón, que es el órgano que dirige el día a día de la institución, con una plena autonomía frente a las administraciones públicas y la Cambra, que ostentan la titularidad.
Es el consejo de administración quien elegirá al sustituto de Cordón, y, aunque no se descarta que se pueda optar por una promoción interna, se desea buscar en el mercado un ejecutivo que pueda continuar la labor de Cordón, quien llegó a Fira de Barcelona procedente de Bimbo.
Lo que funciona «no hay que tocarlo»
En ese consejo de administración figuran nueve empresarios de «reconocido prestigio», como marcan los estatutos, incluido el presidente de Fira, José Luis Bonet. Se trata de Núria Basi (Basi); Luis Conde (Seeliger y Conde); Jordi Clos (Derby Hotels); Enric Crous (Damm); Pedro Fontana (Areas); Enrique Lacalle (Meeting Point y Sil); Miquel Martí (Moventia) y Carles Vilarrubí (Rotschild).
Fuentes de ese consejo de administración tienen claro varias cuestiones: «lo que funciona, es mejor no tocarlo», y «se ha demostrado que una gestión autónoma ha sido la mejor solución y la ciudad se ha beneficiado de ello». Ahora bien, ¿se puede trabajar sin tener en cuenta al Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y la Cambra de Comerç?
Gestión asegurada, con el aval de los resultados
Fira de Barcelona obtuvo en 2014 los mejores resultados de su historia, con unos ingresos de 152,6 millones de euros, lo que supuso un 30% más que en 2013, y un 32% por encima de 2012. El Ebitda fue de 19,8 millones de euros, superior a los 11 millones que se lograron en los dos ejercicios anteriores. Se trata de un verdadero pulmón económico, que organiza más de sesenta salones y congresos, y que se ha abierto a nuevos mercados internacionales, pasando claramente por encima de Ifema, la Feria de Madrid, y en años de aguda crisis económica.
La gestión está asegurada. Los miembros de ese consejo de administración no cobran, y dejan el día a día a un comité ejecutivo profesional, que dirigía hasta ahora Agustín Cordón.
El problema, sin embargo, es que el contexto político no es el más adecuado. Cordón había defendido en los últimos meses que lo más importante para Fira era asegurar «la máxima estabilidad», y la situación es la contraria.
Renovación y sustitución de consejeros
El equipo de gobierno en el Ayuntamiento de Barcelona no dispone de una mayoría para aprobar nuevas directrices. La alcaldesa Ada Colau no puede controlar las empresas públicas, porque los consejos de administración se han atomizado con representantes en proporción exacta a los resultados de las elecciones municipales. En la Generalitat, hay un gobierno en funciones, a la espera de que Artur Mas pueda ser investido, pero con la posibilidad de que todo quede abierto hasta las elecciones generales. Y en la Cambra de Comerç, su presidente, Miquel Valls tiene una mayoría cómoda, pero con algunos opositores.
La cuestión es que en ese consejo de administración de Fira se deberá renovar a algunos de sus miembros. «Bonet puede seguir de presidente hasta agotar su mandato, en julio de 2017», se detalla como primer factor determinante.
Cordón había ligado su suerte a la de Bonet, o mejor dicho: Bonet confió en Cordón y habla maravillas de él, al entender que ha sido el artífice real del despegue de Fira en los últimos años, y también responsable de la Mobile Word Capital, atada a Barcelona hasta 2023. Pero tres consejeros deberían ser renovados por un mandato más –son de cuatro años, y no se puede repetir más de tres veces–. Se trata de Pedro Fontana, Luis Conde y Miquel Martí.
Un sistema complejo
Quien debe dejar ya el consejo es Jordi Clos, a quien se le ha agotado los tres mandatos. Será el pleno del consejo general de diciembre quien deberá ratificar esas renovaciones y la sustitución de Clos, cuya propuesta le corresponde a la Cambra de Comerç.
En el consejo general, que preside Ada Colau, están representadas las administraciones y la Cambra, con cuatro miembros por cada una de ellas, Ayuntamiento de Barcelona, Generalitat y Cambra de Comerç. El conseller Felip Puig es el primer vicepresidente, y Miquel Valls es el segundo vicepresidente. En la reunión de julio –sólo hay dos a lo largo del año, julio y diciembre—no se quisieron tomar decisiones. Las elecciones municipales acaban de producirse, y las catalanas estaban a la vuelta de la esquina.
Las administraciones «ya tienen muchos problemas»
La cosa se complica algo más, porque las propuestas deben llegar por parte de la Cambra, que, antes de llevarlas al consejo general de Fira, deben aprobarse en la comisión institucional. Y ahí aparecen otros nombres: el presidente de la Generalitat y el conseller de Economía –Mas y Mas-Colell siguen en funciones–; y las alcaldesas de Barcelona y de L’Hospitalet, Ada Colau y Núria Marín, respectivamente.
Ahora bien, los miembros consultados de ese consejo de administración, insisten en que «no debe haber cambios de orientación, porque los estatutos lo dejaron todo muy claro». Fira de Barcelona seguirá mirando al futuro, con un ejecutivo o ejecutiva. Lo que se apunta, además, es que «las administraciones ya tienen muchos otros problemas como para anular o entorpecer algo que ha demostrado que va viento en popa».
Esa sería una visión optimista. En Fira de Barcelona quieren pensar que también es «realista».