El dueño de Lizarrán da la cara por la presión de las quiebras
Manuel Robledo, único dueño del grupo, se pone a disposición de los franquiciados con problemas para ayudarlos a reflotar
Lizarrán ha cerrado en toda Galicia. Sólo queda una franquicia en pie. En Madrid hay cinco locales que han quebrado o que han comunicado a la empresa su intención de claudicar. Aseguran que los planes de negocio son irreales y que las cifras de venta estimadas no se cumplen.
Ante las quejas colectivas, el propietario de la empresa, Manuel Robledo, ha decidido dar la cara. Explica que Lizarrán es una franquicia de éxito y que sigue creciendo. Cuando compró la marca, en 2007, la cadena contaba con un centenar de locales y hoy son más del doble, explica para despejar las dudas sobre el modelo de negocio.
Robledo fue director general de los hipermercados Jumbo y consejero delegado de las cafeterías California antes de entrar en el mundo de la franquicia, un sector en el que ha aterrizado el capital riesgo y que ha dejado a cientos de emprendedores damnificados.
Explica que muchos emprendedores llegan al sector de la restauración pensando que el negocio caminará sólo y está convencido de que la falta de implicación es un denominador común de muchos fracasos.
La adquisición
Compró Lizarrán justo antes de la explosión de la crisis, en 2007. Tuvo un coste de más de 20 millones de euros en la época en la que las empresas tenían un valor de entre ocho y nueve veces su Ebitda. Hoy, esa proporción se ha reducido entre 5 y 6 pero Robledo está convencido de que, pese al surgimiento del sector crítico con el esquema de negocio y la gestión, su empresa ha aumentado su valor en el mercado.
Después de la compra, Lizarrán, como el resto de franquicias y del sector, afrontó una durísima crisis de consumo en la que la empresa tuvo una complicada situación frente al pool de cuatro entidades bancarias de Alemania, Bélgica, Portugal y una caja española.
La salida de los socios
Entre 2010 y 2012 la empresa ha afrontado pérdidas y entró en «una era de desesperación». Pero hoy, tras la salida de la viuda de su exsocio, los fondos de capital riesgo MCH, que contaban con el 15%, Chams y Cartera Deva (7,5% cada uno), Robledo asegura que la compañía está saneada.
«No pienso vender la empresa», asegura el empresario aunque no descarta la entrada de un nuevo inversionista que comparta el proyecto.
Dice entender la molestia de los franquiciados en quiebra, pero asegura que está disponible para buscar una solución. «Los conozco a todos y nunca me he negado en ayudar a nadie, aunque los disconformes son una minoría. Les explicamos lo que deben hacer, les enviamos personal. No quiero problemas ni quiero que nadie siga con nosotros por obligación», explica el propietario de Lizarrán.
Robledo encuentra una razón para justificar el cierre de cada Lizarrán: algunos no quieren trabajar suficientemente, otros que habían sido heredados de la anterior empresa tenían una pésima ubicación. Casi todas las culpas son externas aunque –explica– algo de culpa tendrá la empresa cuando no ha sabido seleccionar adecuadamente a los franquiciados.
Ahora tiene un plan para reconquistar Galicia pero sólo abriendo en sitios céntricos de las grandes ciudades, en ubicaciones beneficiosas para este tipo de franquicias.
Sin giros repentinos
No tiene previsto hacer cambios radicales. El concepto de exhibición de todo tipo de pinchos en la barra –haya público o no— genera un enorme gasto de comida, según explican los propios encargados de los negocios. Se quejan de que tiran demasiados pinchos al día si siguen las exigencias de la cadena (un pincho no se puede recalentar más de dos veces).
Pero ese es el modelo de negocio elegido, el que concibió Mateo Ferrero, que fundó el concepto en Sitges y que lo vendió al capital riesgo. Y así permanecerá pese a las críticas.