La mentira como argamasa del proceso independentista
Probablemente, una de las grandes virtudes del movimiento secesionista desarrollado en Cataluña ha sido la de crear un mundo imaginario, férreo, muy simple, alejado de la realidad claro, pero en el que sus participantes se sienten cómodos.
En esa galaxia cualquier mentira es bienvenida, aceptada sin mutilaciones, siempre que encaje sin más en la misión previamente diseñada, que es la de alejarse de esa España supuestamente más atrasada que la idílica Cataluña rica y plena, de hombres emprendedores, serios, ahorradores…
Este storytelling colectivo podría ser inofensivo o de daños leves siempre que no trascendiera al ámbito institucional. Estar absolutamente convencido, por ejemplo, de que ser del Barça es lo mejor que le puede ocurrir a una persona que ame el fútbol, que nadie como los culés pueden practicarlo de manera tan excelsa, no tiene más trascendencia.
En la galaxia independentista cualquier mentira es bienvenida
El problema pasa a la categoría de grave cuando llega al ámbito institucional. Entonces, necesariamente, genera fricciones legales, rompe normas y formas… y, sobre todo, inocula un virus de conocida peligrosidad social: el de la división (los míos y los otros, y éstos no cuentan), la fragilidad jurídica, la pérdida del sentido colectivo que da sentido a un país, etc.
Estos días, conforme avanza el desafío independentista, estamos asistiendo a una normalización de la mentira como argumento político. Cada vez, las falsedades son más gruesas, más obvias, pero a nadie de los convencidos parece importarle, ninguna incomodidad. Al contrario, las mentiras se agregan y aumentan la oferta de merchandising político.
Carles Puigdemont y otros organizadores de la Diada sabían que el activista Ahmed Galai no era ni el portavoz de la Liga Tunecina de Derechos Humanos ni podía acreditarse como Premio Nobel de la Paz 2015, pero le presentaron así y así le aclamaron. Cuando ha trascendido la usurpación, el engaño, a nadie de los convencidos le ha molestado lo más mínimo.
Cuando trascendió el engaño con Ahmed Galai a ningún convencido le importó
En el acto de ayer en el Tarraco Arena (antes plaza de toros, ¡qué trabajo tienen los expertos del naming últimamente!) se invocó el nombre de Juncker. Fue en falso. Nada más lejos de la verdad que algún supuesto apoyo a la independencia catalana. ¿Y qué? Lo mismo sucedió con el gobierno norteamericano; había ocurrido antes con la Comisión de Venecia… Ninguna impostura de la realidad les inquieta. Al contrario, les reconforta. Miénteme aunque sea una noche, hazme creer que es verdad, juro no dañar tu nombre… dice una canción.
Desgraciadamente, nada es gratis. Cataluña hoy es un laboratorio impredecible, pero la mentira es una argamasa social fake. No sabemos cómo será el 2-O, pero sí estamos seguros de que la sociedad será más débil, menos libre y más desprotegida ante los demagogos que siempre acechan.