Trabajadores del presente: sin jefes y disponibles las 24 horas
El modelo de la economÃa colaborativa que representa Uber ha provocado que 53 millones de personas en Estados Unidos se hayan convertido de golpe en autónomos
Philadelphia. El economista Jesús Fernández-Villaverde, profesor en la Universidad de Pennsylvania, pide un servicio de Uber. Asegura que el conductor fue «extremadamente amable». Lo opuesto, recuerda, con el mismo servicio de taxi en Madrid. El automóvil, en Estados Unidos, estaba limpio, nada que ver tampoco con los taxis americanos.
Y Fernández-Villaverde no pudo reprimir su curiosidad, como explica en el blog Nada es Gratis. Uno de los conductores que contrató era un jubilado. Le explicó que se aburría y que con un par de horas al día como conductor se podía permitir algún capricho.
El otro conductor que contrató, también en Estados Unidos, tenía un trabajo a tiempo completo, pero, gracias a Uber, hacía unas horas extras para cerrar algún agujero en el presupuesto familiar. El economista también dejaba claro que había alquilado una casa a través de Airbnb. Le gusta la economía a través de Internet.
Trabajadores más libres, con menos seguridad
La anécdota ha comenzado a no serlo tanto. Y millones de personas se han visto condicionadas por una nueva economía que se ha afianzado en Estados Unidos, con 53 millones de trabajadores que de la noche a la mañana se han hecho autónomos para prestar servicios las 24 horas del día. No tienen jefes. Pero no tienen tampoco ninguna seguridad. Son responsables de ellos mismos, y, como ha descrito el semanario The Economist, el riesgo ha pasado de las empresas a los trabajadores, «y eso tiene consecuencias para todo el mundo», sentencia en reciente artículo con el ilustrativo título de Workers on tap.
La idea que sugiere The Economist es que la relación laboral ha cambiado por completo. De la división de Marx entre los propietarios de los medios de producción y la fuerza laboral, se ha pasado a la división entre las personas que tienen dinero, pero carecen de tiempo, y los que tienen tiempo, pero están sin un duro. La nueva economía, o la llamada economía colaborativa trata de que estén en contacto.
Cobrar por horas y en función de los servicios
Uber nos proporciona conductores, —no en España, donde un juez ha prohibido que opere–, Handy ofrece limpiadores a medida; Spoon Rocket ofrece comida de restaurante al domicilio; Instacart te llena la nevera; la app Medicast’s te proporciona médicos en dos horas, o Axiom te facilita un abogado. Es decir, todas las profesiones están al servicio de todo el mundo.
¿Pero cobran? Siempre que tengan un pedido. La seguridad social o la seguridad que quieran proporcionarse, corre a su cuenta.
A pesar de las protestas de los colectivos de taxistas, legítimas, sobre el pago de impuestos –ellos han pagado una licencia de taxi–, al margen del cambio drástico en las relaciones laborales, y del problema que supone para todos los gobiernos del mundo en sus intentos por mantener las estructuras del estado de bienestar, los expertos consultados aseguran que serán muy complicado parar un fenómeno global.
Bajar las cotizaciones sociales como paliativo
Valentí Pich, presidente del Consejo General de Colegios de Economistas, asegura que «éste es realmente el debate que deberíamos afrontar», y reclama que los gobiernos tengan el cuenta el coste que supone para las empresas el factor trabajo. Es decir, una de las respuestas a ese desafío de la economía colaborativa global debería ser la rebaja de las cotizaciones sociales, porque, en caso contrario, «las empresas seguirán externalizando».
Pich admite que no habrá soluciones mágicas, y que se trata de «ir generando, poco a poco, trabajos de mayor calidad». Pero este economista deja claro que los gobiernos ahora «no pueden experimentar demasiado y necesitan recaudar».
El estado no sabe cómo actuar y está superado
El catedrático de Economia de la Universitat Pompeu Fabra, Guillem López Casasnovas, consejero también del Banco de España, describe la evolución del sistema, de un estado liberal, a otro paternalista, y, finalmente, a un estado que no ha sabido reaccionar. López-Casasnovas reclama que los ciudadanos «se espabilen», que sean conscientes de la nueva realidad, pero insiste en que los trabajadores no han optado por opciones personales, sino por las obligaciones de la evolución económica.
«Muchos trabajadores aceptan esa realidad más por necesidad que por virtud, y este proceso ha dejado en calzoncillos a un estado de bienestar tradicional inerte, con pocas respuestas, insolvente para resolver situaciones nuevas, de trabajadores líquidos en el mercado laboral, y más frágiles desde el punto de vista social».
Los autónomos, ¿ciudadanos de segunda clase?
The Economist ofrece alguna salida, al asegurar que, al contrario que en Estados Unidos, donde se ha buscado una fiscalidad más acorde para esos nuevos trabajadores, en Europa «los sistemas fiscales tratan a los autónomos como ciudadanos de segunda clase». Valentí Pich cree que el Gobierno español, en concreto, debería ahondar en ese terreno.
El fenómeno se puede abordar desde una óptica optimista, al considerar que los avances tecnológicos brindan siempre nuevas oportunidades.
Pero otros economistas apuntan una realidad diferente. El catedrático de Estructura Económica, Santiago Niño Becerra, incide en que todo ha cambiado porque «cada vez se precisa menos factor trabajo, y porque el trabajo que se necesita se le remunera cada vez con menores salarios».
Más productividad, con menos trabajadores, que cobran menos
La tecnología, para Niño Becerra, «desplaza trabajo y, además, la productividad aumenta». Con ello, la recaudación de los estados decrece, porque hay menos trabajadores que cotizan, y los que lo hacen contribuyen por un trabajo temporal con remuneraciones reducidas.
¿Futuro, o casi presente? Este economista considera que esos cambios en el mercado laboral llevarán un paro estructural, que «en España podría ser del 20%». Ello se compensaría con «algún tipo de renta básica». Según el escenario que maneja Niño Becerra, el 30% de la población, en el caso de España, «realizará la mayoría de las tareas de valor, y una élite del 1% las de máximo valor».
División entre los que son necesarios para el sistema y los que quedan fuera
Pero, ¿y las consecuencias? Las grandes empresas, según ese esquema, «pueden muy bien sustituir a los Estados en su papel de prestador de servicios». Y la nueva división social será la que se establecerá entre «insiders y outsiders, quienes están dentro porque son necesarios, y el resto».
The Economist concluye su análisis con una idea sugerente: que los ciudadanos se puedan crear su propia marca, como una compañía ambulante. ¿Pero podrán hacerlo todos?