Las divergencias entre Francia y Alemania sobre el gas ruso dan munición a Putin
El gobierno de Scholz trabaja en un plan para prescindir de Rusia pero necesita tiempo, por lo que el discurso de la cancillería sobre el veto al gas y el petróleo ruso es que no es el momento pese a la presión de Macron
Fisuras en el eje franco-alemán. La piedra angular de la vieja Europa, siempre de la mano en las crisis políticas y económicas de las últimas décadas, muestra debilidades en el peor momento para el continente en lo que llevamos de siglo. La guerra de Ucrania y la dependencia energética con respecto a Rusia han hecho emerger divergencias entre Alemania y Francia que, si bien van camino de resolverse, mientras tanto son munición para las intenciones de Vladimir Putin.
Este lunes se escenificó la distancia existente entre los dos principales países de la Unión Europea con respecto a la compra de gas ruso. Mientras el gobierno de Emmanuel Macron, aprovechando que ostenta la presidencia de turno de la UE, planteó dejar de comprar a Rusia, primer proveedor de los Veintisiete, el de Olaf Scholz echó el freno aduciendo que no es todavía el momento para prescindir ni del gas ni del petróleo rusos.
El ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, aseguró que “todas las opciones están sobre la mesa” al ser preguntado sobre un posible veto al gas ruso y pidió unidad a los países miembros de la UE para tomar la decisión de forma conjunta. Conocedor de la posición más rígida de la locomotora de Europa, ya advirtió que “algunos países son más dependientes del gas ruso que otros”. Concretamente, Alemania más del doble que Francia: el 45% del gas que consume llega de Rusia, por el 20% del que gastan los galos.
Fue relativamente diplomático Le Maire, pero la presión del Eliseo se deja notar también por otras vías. Le Monde ha publicado en los últimos días varios análisis en los que pone el acento en la necesidad de Alemania de desligarse de la dependencia de Rusia o posiciona a Argelia –principal proveedor de España e Italia– como un socio estratégico para Europa alternativo a Putin. La prensa gala subraya respecto a su país, en cambio, que compra apenas el 20% del gas a Rusia.
Las resistencias alemanas tienen ese componente claro: su dependencia es mucho más difícil de suplir que la francesa y quedan todavía unas cuantas semanas de invierno. La cancillería ya ha castigado a Putin cancelando la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2, una puntera obra de ingeniería que estaba lista para inaugurarse e incrementar significativamente el gas natural que Rusia manda a Alemania. Pero no está preparada, todavía, para más.
Scholz aseguró este lunes, en una declaración institucional, que pese a que el país “trabaja con sus socios dentro y fuera de la Unión Europea para desarrollar alternativas a las fuentes de energía rusas, eso no se consigue de la noche a la mañana”. Por esa razón, “es una decisión consciente mantener las relaciones de las empresas en materia energética”, remató
«No hay forma de garantizar el suministro de energía de Europa para la generación de calor, la movilidad, la luz y la industria que importarla de Rusia»
Olaf Scholz, canciller alemán
El canciller situó el problema alemán como un problema europeo, de todos y cada uno de sus ciudadanos, para persuadir de que es demasiado pronto: “Actualmente no hay otra forma de garantizar el suministro de energía de Europa para la generación de calor, la movilidad, la luz y la industria. Por tanto, es de fundamental importancia para los servicios de interés general y la vida cotidiana de nuestros ciudadanos».
Habló claro Scholz, que recordó que el gas y el petróleo, del que tampoco quiere prescindir, quedaron fuera de la lista negra de embargos, sanciones y vetos de manera consciente por una razón. Y se mantiene en ella hasta que tenga el plan B armado. Puede ser cuestión de días, según apuntan algunos medios del país.
El vicecanciller Robert Habeck, que también es ministro de Economía y Acción Climática de Alemania, ha creado un grupo de trabajo para hacer propuestas contra la dependencia energética de Rusia. Según Welt, ya tendría un primer documento de diez páginas, si bien la cancillería habría frenado su publicación a la espera de un análisis exhaustivo, pues sus consecuencias económicas serían gigantescas.
El temor, no solo de Alemania sino de todo el mundo, es que una medida como dejar de comprar gas y petróleo a Rusia provoque una subida todavía mayor de precios, si bien ya están en máximos históricos por la perspectiva de que el conflicto terminará por afectar al suministro y no hay previsión de que cese la escalada a corto plazo. Este lunes vimos el gas escalar a 335 euros el MWh y el Brent a 130 dólares, mientras que este martes pagamos la luz a 545 euros el MWh.
Pero la otra cara de la moneda es que los ingresos de las exportaciones de gas, controladas por la empresa pública Gazprom, y de petróleo, son ahora mismo una importante fuente de ingresos para Putin para seguir financiando la invasión de Ucrania y los avances de sus tropas entre amagos de negociación, altos el fuego efímeros y corredores humanitarios con trampa. Hay que recordar que los únicos bancos rusos que se mantienen en el sistema de intercambios internacional Swift son los que se usan para pagar la energía. Como recordó Scholz este lunes, se salvaron de los embargos por un motivo concreto.
Dejar de comprar gas a Rusia, además, restaría una arma a Putin: si el conflicto va a más siempre puede amenazar con cortar el grifo hacia Alemania, Francia, Finlandia, etc.; pero si son los compradores los que renuncian al suministro, el presidente ruso se queda sin dinero y sin esa bala en la recámara.
El otro (y gran) problema: el precio de la energía
Una posible solución para que un posible parón a las compras de gas ruso por parte de Europa no afecte más a la escalada del precio de la electricidad es desligar el precio del gas del de la luz. La cotización de la primera fuente de energía afecta en la segunda porque las centrales de ciclo combinado, que funcionan con gas natural, son las que marcan el precio de la luz porque son las últimas que entran en la subasta, que es marginal, es decir que el último precio es el que se fija para todas las fuentes de electricidad.
España ha pedido por activa y por pasiva a la UE que se desvinculen ambos precios, marcando un fijo para el ciclo combinado fuera del pool, y la decisión podría tomarse este mismo martes, cuando se reúne la Comisión Europea para aprobar propuestas contra el encarecimiento de la energía. La urgencia es incuestionable, pues la industria empieza a plantear cierres al no poder soportar un coste de la luz que en España es diez veces el de hace un año.
Sin embargo, el Gobierno de Pedro Sánchez no se ha mojado con respecto a la compra de gas ruso. Es un asunto espinoso y ninguno de los ministerios responsables quiso responder este lunes. La vicepresidenta de Transición Ecológica, Teresa Ribera, sí insinuó la semana pasada que Europa debía buscar alternativas para no depender de Rusia, pero no se pronunció específicamente sobre dejar de comprar.
Para España el problema no sería el suministro: menos del 10% del gas que gasta lo compra a Gazprom, tiene las reservas altas y está incrementando la llegada de barcos metaneros procedentes de Argelia, su principal proveedor, y de otros yacimientos. El inconveniente, además de la previsible subida de precio, sería como ejercer de “puerta a Europa” del gas, como reivindicó Ribera, con solo un gasoducto desde Argelia en funcionamiento y con las conexiones con Francia limitadas.
Ahora mismo, Italia es la mayor solución para la llegada de gas a Europa desde el norte de África, pues lo importa desde más yacimientos y sus gasoductos tienen mayor capacidad de transporte. No obstante, tampoco puede ser la única solución, pues los gasoductos que llegan de Irán y Turquía pasan por Rusia y, por tanto, no son una alternativa. Está prevista la conexión por Italia, pero no está terminada. Así que para prescindir de Putin, probablemente sean necesarios más metaneros, método de transporte más caro y lento.