El pecado de la prensa
Se puede decir más alto, pero quizás no más claro. En España tenemos otra burbuja encima de la mesa, de dimensiones importantes. No tan dañina económicamente como la inmobiliaria o la financiera, tal vez. Pero de un coste moral importante: la de los medios de comunicación.
Lo planteó ayer así, con esta rotundidad, la periodista Magis Iglesias, redactora jefa de Política de la agencia Colpisa y presidenta de la Federación de Asociaciones de Prensa de España, que vino a decir que la abundante publicidad institucional de ayuntamientos, comunidades autónomas y gobiernos, que tan alegremente fluyó en los últimos años, condujo a este país a una “burbuja mediática” de considerable tamaño.
Si la burbuja inmobiliaria ha significado un brutal exceso de oferta y precios desorbitados, la “mediática” se ha traducido en un exceso de cabeceras y unas desequilibradas cuentas de resultados. Sin esa publicidad institucional anegando los departamentos comerciales de la mayoría de medios, éstos no podrán sobrevivir. Lo intentarán reduciendo costes, implementando unos EREs de caballo, pero estarán atentando contra el propio core business de los medios: el talento y la experiencia de sus profesionales.
Magis Iglesias no tuvo empacho en reconocerlo en un curso de la Universidad de Málaga, donde hizo unas declaraciones a El Confidencial: “El problema es que muchas empresas se crearon para el lucro personal de determinados empresarios ajenos al sector y ahora la oferta no se corresponde con la demanda. Nos hace falta una reconversión”. Empresarios ajenos al sector, pero capaces de labrarse una rentable cercanía al poder, añadiríamos nosotros, que generara una simbiosis win to win: yo me forro y tú tienes un medio servicial para lo que dispongas.
Y así como desde el Banco de España y las principales atalayas económicas se era plenamente consciente, al menos desde el 2003, de que en España se estaba gestando una burbuja inmobiliaria descomunal, desde las instituciones se aplaudía o se incitaba esa orgía de cabeceras con el evidente objetivo de tener un plácido control sobre los medios de comunicación.
Ahora toca reconvertirse. Las administraciones tienen exhaustas sus arcas y la mayoría de medios no resisten. Dependen más de la publicidad que de sus lectores. Las empresas editoras de medios de comunicación tienen que invertir la tendencia. Tienen que volver a ser fuertes por el prestigio que consigan entre su público más que por los favores que logren arrancar a los gobiernos de turno. No mirar tanto a los poderes públicos y más al público.
Pero esta reconversión será –está siendo- muy dura. Ni todos los que están actualmente en este negocio lo saben hacer ni todos lo pueden ya hacer. Bienvenido el aire que abre las ventanas y limpia los ambientes viciados de tantos cotos cerrados de poder.