Adiós a Draghi, el hombre que solo bajó tipos y acabó con el ahorro
El banquero que bajó los tipos ocho veces hasta regalar el dinero abandona este jueves el BCE para satisfacción de Alemania
Llegó hace ocho años como sustituto del que fuera gobernador del Banco de Francia, Jean-Claude Trichet, y el viernes próximo dejará su cargo a la persona que ha dirigido el Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, durante los últimos ocho años.
Mario Draghi, tercer presidente del Banco Central Europeo (BCE), pasará a la historia como el hombre que salvó el euro y dejó enmarcada para la historia su célebre apostilla whatever it takes (lo que sea necesario), pronunciada en Londres el 26 de julio de 2015, cuando la crisis de la deuda soberana amenazó el futuro de la Eurozona, en mitad de su mandato.
Cuidadoso siempre en las formas, Draghi dejará el BCE con un cierto sabor agridulce, aunque sabedor de que ha ensombrecido el trabajo de su antecesores: el holandés Wim Duisenberg (1998-2003) y Trichet (2003-2011). En su haber quedará para el recuerdo que consiguió una reducción histórica de los costes de financiación de los estados y las empresas y que ningún país abandonó la disciplina del euro.
En el debe, que no ha conseguido mantener la recuperación económica iniciada en 2014 ni acercar la inflación al venerado 2% para hacer del endeudamiento una adicción para los gobiernos europeos. Los que siempre se acordarán de él –además de alemanes, holandeses, austriacos y finlandeses muy críticos con su “barra libe de dinero” y partidarios de las reformas económicas– serán los ahorradores, para quienes ha tirado por tierra la rentabilidad de sus inversiones y depósitos con tipos de interés negativos.
El camino de Draghi hasta llegar al BCE
Este romano de 72 años, licenciado en economía por la Universidad degli Studi di Roma “La Sapienza” y doctor en economía por el renombrado Massachusetts Institute of Technology (MIT) ha vivido obsesionado tanto su vida académica como profesional por la inflación.
Quizás porque cuando regresó de formarse en Estados Unidos se encontró con que la herencia de su padre (un banquero que murió cuando Mario tenía apenas 15 años) y de la que vivían su dos hermanos menores se había difuminado como consecuencia de una mala operación de compra de bonos del Estado y una inflación galopante.
No extraña, entonces, que haya estudiado el fenómeno japonés de los años noventa de la deflación y haya dicho es numerosísimas ocasiones: “No quiero la deflación. La gente deja de comprar pensando en que mañana será más barato; se reduce la producción y la economía se derrumba”. Y es que a la inflación se la puede combatir con subidas de tipos.
Pese a sus esfuerzos por hacer realidad el mandato del BCE de estabilizar los precios en el entorno del 2%, Draghi deja una inflación interanual del 0,8% en la Eurozona, 1,3 puntos menos que en septiembre del pasado año. Y con datos preocupantes para Chipre y Holanda, ambos con inflaciones negativas. Pero es tozudo y asegura que si se cambia el objetivo del 2% se pierde credibilidad y se genera desconfianza.
A pesar de haber dedicado todos su esfuerzos y una ingente cantidad de dinero (más de 2,8 billones de euros desde 2015 en compra de activos, casi dos veces y media el producto interior bruto de España) no ha conseguido una recuperación económica vigorosa. El último dato disponible, el del segundo trimestre, deja el crecimiento del PIB en el 1,2% en tasa interanual, por debajo, incluso, del año de su llegada al BCE: 1,6%.
Ha conocido hasta crecimientos negativos, ese anacronismo económico que popularizó en España Carlos Solchaga. Y lo que es más alarmante, en su última rueda de prensa tras el consejo de gobierno del BCE, el pasado jueves 24 de octubre, ha dejado entrever que el frenazo económico puede ser más fuerte de lo previsto y que el principal riesgo es la recesión.
Enemistad con Alemania
Su llegada a la presidencia del BCE nunca fue bien vista por Alemania ni sus países satélites, los llamados halcones del euro, partidarios de más reformas estructurales y menos ayudas a fondo perdido a los países del sur. Siempre han visto a Draghi como un defensor de las boutades económicas de España, Portugal Grecia e Italia.
Hasta tal punto, que cuando Axel Weber, el candidato alemán a presidir el BCE, perdió las opciones en favor del italiano, el diario Bild le dedicó una preocupante bienvenida desde su titular: “¡¡Mamma mia!!”, por el temor que podía representar la familiaridad de los italianos con la inflación, que comparó con la relación entre el tomate y el espagueti. Mal comienzo para un estancia de ocho años.
Sus ruedas de prensa son interpretadas desde la hermenéutica, buscando en las palabras, los tempos y los gestos, cualquier indicio de mensaje. Porque Draghi gesticula muy poco. Su cara es casi imperturbable. Todo lo contrario que su antecesor, Trichet, que debe contar sus fotografías con el dedo índice señalando a los periodistas por miles. En Draghi hay que introducirse tras sus gafas y leer su mirada. De ello dependen las reacciones más bruscas o no de los mercados.
Esconde su vida privada como el mejor tesoro. Lo que no obsta para que se le viera viajando en metro cuando trabajaba para Goldman Sachs Internacional, antes de ser gobernador del Banco de Italia. Tiene el privilegio de que una de sus principales tareas en el Gobierno italiano alcanzara el rango de ley, la ley Draghi, que introdujo la normativa en materias de ofertas públicas de adquisición (opas).
Y tiene la habilidad de “esconderse” bien. Tanto, que sus detractores han alimentado un dicho por el cual si quieres encontrar a Draghi, mira en cualquier otro sitio que no sea Fráncfort, la ciudad sede del BCE.
Draghi y los tipos de interés
Aprendió de su estancia en EEUU que uno es lo que hace. Y por eso tuvo que actuar pronto, cuando la crisis se recrudeció tras levantar solo un poco la cabeza. Tomó posesión de su cargo el 1 de noviembre de 2011 y ocho días después bajó el precio del dinero del 1,50% al 1,25%. Cinco días más tarde, al 1%. Así hasta en ocho ocasiones, hasta dejarlo en el 0% desde el 16 de marzo de 2016.
Sólo sabe bajar los tipos de interés. Nunca, ni siquiera en los debates del consejo de gobierno del BCE, se ha planteado subirlos aunque sea en 5 o 10 puntos básicos. Nunca sabrá por tanto lo que sentía Alan Greenspan, sempiterno presidente de la Reserva Federal o Fed (estuvo 19 años al frente de ellas), cada vez que encarecía en un “cuartillo” el precio del dinero.
Greenspan se estrenó el cargo en 1987 con una subida de tipos. Entre él y Ben Bernanke (2006-2014) la Fed bajó los tipos en 50 ocasiones y los subió en otras 42. Impensable esa facilidad de maniobra en el BCE.
En algo se le parece al llamado “oráculo de delfos”. En julio de 2013, Draghi señaló en una comparecencia pública que “los tipos de interés se mantendrán en los niveles actuales o incluso más bajos por un periodo de tiempo prolongado”. ¡Chapeau! Entonces, el precio del dinero estaba en el 0,50% y la economía de la Eurozona se contrajo un 0,3%. Hoy el dinero es gratis y la economía crece al 1,2%. Pero no hay visos de que hasta 2021, al menos, se piense en subir los tipos.
Para los ahorradores su mítica frase –“El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro y, creánme, será suficiente. Lo que sea necesario”–, pronunciada en Londres, en el verano de 2012, ante gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, y la plana mayor de los bancos de inversión y las gestoras de fondos, inició un calvario para los ahorradores.
Insufló aire a las bolsas (el Ibex subió un 6% ese día), pero comenzó el descenso de la rentabilidad de los bonos. El español a 10 años ha pasado del 7,5% de 2012 al 0,27%. Hasta los 5 años, los tipos son negativos. Qué decir de los bonos alemanes, holandeses… Pero es que el tsunami ha alcanzado, cómo no, a los depósitos bancarios, que en nuestro país “rentan” un 0,04%.
El legado de Draghi en el BCE
Su firma es una de las más populares del mundo. Está en el ángulo superior izquierdo de los billetes nominados en euros, debajo de la bandera con las estrellas amarillas. Legible y recta, en horizontal, con la inicial del nombre y el apellido completo unidos en un solo trazo, que se interpreta como el predomino de la lógica. Todo lo contrario que las de sus antecesores.
Tanto Duisemberg como Trichet firmaban en escalera ascendente. Dicen los estudiosos de la grafología que la firma de Draghi denota seguridad en sí mismo, orgullo de ser como es, sentido de la responsabilidad y una enorme autoestima. El no llevar rúbrica es muestra de satisfacción. Nadie puede discutir que son los rasgos del todavía presidente del BCE hasta el jueves.