Dentro de todos los términos que componen el vocabulario económico y financiero, el concepto crédito es uno que conoce todo el mundo. Sin embargo, es posible que muy pocas veces nos hayamos parado a pensar en el funcionamiento de estos créditos, o en el motivo que los convierte en uno de los motores de la economía a nivel global.
A grandes rasgos, un crédito es un contrato entre una entidad financiera y un cliente en el que la propia entidad pone a disposición de dicho cliente una cantidad concreta de dinero, que, con el paso del tiempo, éste deberá devolver con interés y dentro de unos plazos pactados. Parece un concepto sencillo, pero lo cierto es que esconde muchos aspectos fundamentales para determinar la rentabilidad del mismo.
Todos los aspectos a tener en cuenta a la hora de entender el concepto ‘crédito’
Lo primero que hay que destacar es que, tal vez, muchas personas confundan este término con el término préstamo, aunque la diferencia es sustancial, ya que mientras que en los préstamos el dinero prestado debe tener una finalidad concreta, como es el caso de una hipoteca, en el caso de un crédito no tiene por qué tener una finalidad prefijada entre el cliente y la entidad financiera que lo presta.
Dentro de los muchos aspectos a tener en cuenta en los créditos, es clave la confianza de la entidad financiera en el hecho de que el cliente le devolverá ese dinero con los intereses debidos en el plazo acordado. Y precisamente estos créditos son los que permiten tanto a los propios clientes, como a las empresas, e incluso a los propios gobiernos, ser capaces de financiar sus actividades a todos los niveles.
Y es que las personas los utilizan para adquirir bienes materiales, como pueden ser una casa o un coche, las empresas los utilizan para invertir en nuevos proyectos y poder financiar su actividad profesional, y, por último, los gobiernos hacen uso de estos créditos para financiar el gasto público, como es el caso de la construcción de infraestructuras y la prestación de servicios públicos. No obstante, es importante tener en cuenta todos los tipos de créditos.
Existen dos tipos fundamentales. Primero, el crédito a corto plazo es aquel que se concede para un periodo de tiempo corto, generalmente, inferior a un año. Y se emplea para financiar necesidades a corto plazo, como puede ser el capital de trabajo. En segundo lugar, el crédito a largo plazo se concede en un periodo de tiempo mucho más largo, cercano a los cinco años, y se utiliza para inversiones más a largo plazo, como podría ser una vivienda.
Pero también cabe destacar la relevancia de los créditos con garantía, que son aquellos que están respaldados por un activo, como puede ser un coche, una casa… Esto es una salvaguarda para el acreedor, ya que si el cliente no devuelve ese crédito, la entidad podrá incautar el activo acordado. Sin embargo, en los créditos sin garantía, el acreedor no tiene ningún derecho a reclamar nada al cliente en caso de que no pague, por lo que se trata de un ejercicio de confianza a la hora de creer que el deudor cumplirá con lo acordado.