Suárez, el hombre que logró el éxito de la Transición
Torcuato Fernández Miranda lo eligió para que pilotara con el Rey el mayor logro de la España contemporánea
Adolfo Suárez es el hombre de la Transición. Es una época de España, el periodo, en realidad, que marca toda la España contemporánea. Quedan en las retinas unas imágenes borrosas en blanco y negro. Imágenes ligadas a veranos calurosos, con portadas de diarios y revistas políticas, y con el recuerdo de una enorme tensión. Pero la “cosa” salió bien, como apuntó el mejor biógrafo de Suárez, Gregorio Morán en una reciente entrevista en Jot Down. Salió bien, pese a todos, y pese a los que ahora critican la Transición porque no solucionó problemas que se siguen arrastrando, entre ellos el encaje de Catalunya en el Estado español, o la primacía absoluta de los partidos políticos, por encima de las instituciones.
Suárez es el rostro de aquella época, y el impulsor de la Transición. Puro coraje, puro voluntarismo, con el objetivo de lograr una democracia parlamentaria. Lo logró. Tuvo éxito. De la mano del otro protagonista, Santiago Carrillo, que acabó admitiendo el deseo sincero de Suárez de construir una democracia pese a su pasado falangista, y le ayudó, dejando en el camino principios que parecían irrenunciables.
El primer presidente de la democracia española se va. Se fue hace años, por culpa de esa enfermedad maldita que te deja sin memoria. Pero queda ese legado, que se llama transición, incomprendida ahora por las nuevas generaciones.
¿La culpa fue de la Transición?
Porque la culpa de los fallos del sistema, de que España esté ahora en una situación de parálisis, en la que se unen los problemas económicos, con las insuficiencias en el funcionamiento de las instituciones, no es de Suárez, ni de los protagonistas de aquella transición. Dice Gregorio Morán que no se puede afirmar que aquellos hombres fueran unos políticos “acojonantes”, pero el hecho es que lo que se propusieron salió bien.
Suárez fue el elegido porque los que iban a pilotar aquella transición pensaron que era el hombre adecuado, principalmente por su nervio, por su arrojo, por sus ganas y dedicación. Y quien lo eligió fue Torcuato Fernández Miranda, que supo cómo convencer, o liar –mejor dicho- a los representantes del Consejo del Reino.
Era lo que el Rey le había pedido: buscar a alguien capaz de lograr una democracia parlamentaria. Torcuato cumplió. Y el Rey trabajó con Suárez codo a codo, aunque el que fuera secretario general del Movimiento, o el director general de RTVE, acabó cobrando un perfil propio, convencido de que podía llegar a ser no sólo el presidente de la Transición, sino el líder político de la España democrática. Eso no pudo ser. Ya había cumplido su papel, y su etapa como dirigente del CDS, después del derrumbe de la UCD, constituyó un fracaso.
La responsabilidad del PSOE
Pero en el momento en el que Suárez se va, la pregunta que sigue quedando en el aire –no el 23-F, cuyo enigma, como explicó Javier Cercas es que no hay enigma– es si la Transición pudo ser otra cosa, pudo ser mejor.
La coyuntura era compleja, con una correlación de fuerzas determinada. Suárez se empeñó en lograr una democracia constitucional, partiendo de una dictadura, que había sido impuesta después de una Guerra Civil. Lo que ocurriera después, el desarrollo ulterior a partir de esa base democrática, es asunto de los partidos políticos que tuvieron importantes responsabilidades.
Y, en concreto, el PSOE, que gozó de tres mayorías absolutas consecutivas, y de cuatro mandatos en el Gobierno. Y, por supuesto, de la derecha conservadora que se acabó consolidando en la marca PP, tras unir lo que pudo quedar de la UCD y la AP de Manuel Fraga.
El bastión
Lo ha defendido recientemente el politólogo Joan Botella. Él mismo admite que sus reflexiones sobre la Transición provienen de alguien que se sitúa en la izquierda no gubernamental, teniendo en cuenta que en España las críticas ahora a la Transición proceden en gran medida de una izquierda que rechaza una democracia que se entiende que fue y que se mantiene ligada a unas élites políticas y financieras. Los reproches también proceden del nacionalismo catalán y vasco, que aspiraban a un mayor acomodo en España.
Botella sostiene que la Transición logró sus propósitos, y que marcó en la Constitución unas bases que se debían desarrollar posteriormente. En la Carta Magna se fija que “tal institución, tal principio o tal derecho se desarrollarán ‘en los términos que fije la ley’”.
En el caso de los nacionalismos, la Constitución abrió la posibilidad de diferenciar entre nacionalidades y regiones, a través de la Disposición Transitoria Segunda. Fue el desarrollo posterior el que no concretó ese espíritu constitucional.
No fue, por tanto, la Transición. No fue Suárez, ni Carrillo, ni Fraga, ni Jordi Pujol los que encorsetaron la democracia.
Suárez se va. Y deja un bastión en la historia contemporánea de España: la Transición.